De joven tenía un gran cristal color rojo, rojo como la sangre. A través de él todo era muy vivo, rápido, fogoso, alocado a veces. La juventud, diréis.
Años después escuché que las cosas dependen del color del cristal con que se miran, y busqué otro para comprobarlo. Al final encontré uno azul, oscuro y profundo como el mar. Cuando miraba por él todo era calma y tranquilidad, reflexión antes que acción.
Al poco descubrí que podía aprovechar lo mejor de ambos si los utilizaba a la vez, y me hice unas gafas con ellos. Así nacieron las primeras gafas 3D anaglíficas. Durante una temporada estuvo bien, todo era muy real, nada se escapaba a mi aguda visión.
Últimamente casi nunca me las pongo, la realidad me da dolor de cabeza. Debo estar haciéndome mayor.— Santiago González Ortiz.
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