Cualquiera que haya estudiado la historia de la arquitectura estará enterado de la relación que durante años ha habido entre la pintura y la arquitectura, sólo basta echar un vistazo hacia la Grecia y Roma antiguas, a las grandes catedrales barrocas o a los salones neoclásicos, por mencionar sólo algunos ejemplos, para ver que a lo largo de la historia ambas disciplinas han sido en muchas ocasiones complemento una de la otra.
Más allá de un recurso meramente ornamental, la pintura ha sido para la arquitectura un instrumento capaz de estimular además de la vista los otros sentidos e incluso hacer consciente al ser humano de las dimensiones de su cuerpo y de sus movimientos dentro y a través del espacio.
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