Lo primero que se ve al acercarse a Casa Volta son tres bóvedas de ladrillo flotando en medio de la densa vegetación de la costa Oaxaqueña. Tal vez un espejismo provocado por el calor profuso y húmedo de la zona. Después, siguiendo una pequeña vereda, uno se sumerge entre lo verde y las bóvedas desaparecen. La sorpresa mayor es cuando, de pronto, se abre un pequeño claro y aparece una pequeña banca junto a un largo estanque de agua flanqueado en ambos lados por pórticos de columnas rectangulares que se reflejan en él. Da la impresión de haber llegado a un templo clásico abandonado.
La casa tiene un orden riguroso, kahniano, es una planta rectangular subdividida en seis espacios también rectangulares donde se alternan tres patios y tres espacios techados por las bóvedas. En dos de ellos se ubican las habitaciones con sus baños que se abren y cierran mediante puertas de madera y carrizo; el tercero, completamente abierto, se encuentran las áreas de estar, comer y cocinar. Y al centro, el agua, como una presencia constante, como un recordatorio de la cercanía del mar, que aunque no se ve desde aquí, se encuentra a escasos 100 metros de distancia.
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